Aprender a no ser desgraciada.


Hidalgo Múzquiz Ana Karen

“AÑO NUEVO, VIDA NUEVA” eso es lo que dicen o piensan las personas en el umbral del periodo que comienza entre el 31 de diciembre y el primero de enero. Doce meses por delante, 24 quincenas, 48 oportunidades de decir: ¡al fin viernes! 365 oportunidades de irnos a descansar y otras de despertar con la misma cantaleta: ¡otros cinco minutos! Y yo me pregunto ¿Cuál vida nueva?

Esto que están a punto de leer, es una pelea de mí conmigo y con todos aquellos que quieran entrarle:

El mundo está lleno de gente infeliz, y ¡valla que esto me conmueve! Porque la mayoría nos encontramos siempre seguros de lo que no queremos que nos ocurra, de lo que no queremos tener, de cómo no queremos que sea nuestra pareja, de cómo no nos gusta que nos traten, que nos toquen , que nos hablen… pero pocas veces sabemos cómo son las circunstancias y las personas que sí deseamos en nuestra vida.

En casa, un hombre brillante me habla todo el tiempo de una máxima universal: “todo es mente, el universo es mental”; explicarla aquí me alejaría del objetivo de este escrito, diré, so pena de omisión, que se trata de algo tan complejo que en cuatro años de estudiarlo sólo he comprendido algo: somos imanes de aquello que está en nuestra psique, constructores de nuestra realidad. Magos, si quieren adoptar la idea de aquellos que han logrado la maestría en el dominio de sus pensamientos.

Pero al final qué tenemos: a esta persona que escribe y que, igual que todos ustedes comió sus uvas e hizo una lista de propósitos; a esta mujer que persigue el servicio a los demás en primera instancia –porque nos han enseñado que quien se busca primero a sí mismo es egoísta. ¡Pura tontería!- y la felicidad luego. Esto es lo que escribo y háganme el favor de interpretarlo al revés.

Plantearnos nuestra misión en la vida es una tarea llena de cardos, pues nos demanda pensar desde el final, irnos a aquello que no tenemos concreto, a lo que no debería ser desconocido, pero lo es, a lo que no deberíamos evadir, pero lo hacemos ¡ay de nosotros, transgresores y dudosos!

He comprendido el arte de la resistencia, también el de la permisión. La condena de problemas que son insignificantes ante el hambre, la peste, las guerras. Pero la verdad es que yo jamás he estado en una guerra que no sea entre los hemisferios de mi cerebro y, francamente, dudo que aquellos que se han deslizado pecho tierra con un arma poderosa o aquellos autores intelectuales de las masacres y carencias de las naciones no hayan descubierto que no hay peor batalla que la que se realiza sin sentido en el fuero interno, para al final descubrir que no nos conocemos.

¿A caso creen que Bush se conoce? ¿Qué Berlusconi? ¿Calderón o Peña Nieto? Quien lo crea, que me haga el favor de replicar con sus argumentos y me convenza de ello. Porque en mi romántico pensamiento guardo la idea de que quien se conoce en realidad, inevitablemente descubre a su verdadero primer amor, descubrimiento que nos explota como bombas y nos conduce a una segunda búsqueda: la felicidad

¡Bendita Mayéutica! Si el mal es ignorancia de la esencia del ser humano, ¿es posible que un ser feliz dañe a otro? Y si alguien puede responderme esto, de una vez y abusando de su sabiduría que me diga ¿quién colocó todos estos conceptos -felicidad, amor, bondad, servicio y sus contrarios- en la dialéctica del hombre? ¿No serán sólo artificios de la civilización para llevarnos individualmente, poco a poco a la demencia? Eso es lo que yo me imagino, porque cuando me enfrento al silencio que provocan estas preguntas, caigo en la cuenta de que vale más una buena imaginación que una gran sabiduría.

Por lo anterior, esta pelea ha traído a mi mente nada menos que al erudito Albert Einstein, pues él dijo un día: “todo lo que quiero hacer es pensar como Dios… lo demás son detalles”. Me anclo en esta frase para concluir por el momento mi riña que, en realidad, es infinita y me ha llevado a declarar por primera vez de forma concreta –con el pretexto del entusiasmo del año nuevo-, cuál es la misión en la vida de todo hombre desde que apareció en las cavernas -y aún antes- hasta hoy y a la postre: encontrarse, conocerse. Y cuál es la mía en particular: conocerme a mí misma.

Se leía en el oráculo de Delfos y Sócrates lo repitió hasta el cansancio “todo conocimiento, no es más que conocimiento de uno mismo”. Aquel que no se conoce, no es capaz de conocer nada.

Que cada despertar venga cargado de cinco minutos más, pero no de sueño, sino de actividad entusiasta; que cada semana sea provechosa y encontremos cosas nuevas y divertidas por hacer (de todas formas, llega el viernes y se nos va sin haber encontrado un conciente motivo de deleite); que las quincenas nos traigan el pan a la mesa y sobre todo a la mente; que cada mes, aclare nuestro pensamiento y, ¡Benditos sean los que viven 100 años y no un año cien veces!

¡Feliz 2011!

3 comentarios:

  1. Muchas veces los recuerdos pueden ser superiores al presente, pero es cuando vuelves a estar cerca de ellos cuando te das cuenta de lo valioso que es el aquí y el ahora, que lo que se fue no volverá más, aunque fuera maravilloso, el presente es el desafío que debes enfrentar, no hay nada si miras atrás, el camino está adelante puede ser que no sea lo que esperabas pero es más de lo que tuviste ayer.

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  2. Yo camino solo porque a lo largo de esta vereda, no he encontrado a nadie. Me he topado con otros individuos cuyo paso ha sido efímero, personas que han pululado una que otra cuadra junto a mí, pero luego viran a la derecha o a la izquierda y se desvanecen.

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  3. Yo camino solo, a lo largo de una vida llena de sueños, amores y desamores. Ignoro si todos deambulan solos, lo que es indudable es que yo transito por un bulevar vacío. La vida es una carretera, y cada quien decide tomar la ruta que lo deje en su destino. Algunos agarran atajos, otros tropiezan miles de veces, pero al final todos llegan a la última parada, la muerte.

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