Las travesuras de la niña mala. ¿Cuál es el verdadero rostro del amor? (Por Ana Hidalgo)


Esta obra literaria es de las últimas publicadas por el autor Mario Vargas Llosa, a quien recientemente se entregó el premio Nobel de literatura 2010. Vargas Llosa, quien nació en Arequipa, Perú en 1936, jamás imaginó ser el escritor en lengua española número once a quien otorgaran el galardón con su obra El sueño del Celta.

Este autor, defensor implacable de la libertad, ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde el ya mencionado hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour.

Vargas Llosa cataloga su novela Las travesuras de la niña mala, fuera del género romántico, cosa que la crítica ha considerado contradictorio con el título de tal; aunque definitivamente es un hecho que a lo largo del relato, se nombra amor a la atracción pasional y erótica que experimenta Ricardo Somocurcio (protagonista masculino de la historia) hacia Otilia, la niña mala. Todo el tiempo se habla del amor basado en la manera que tenía esta mujer de seducir a Ricardito (quien se fijaba perfectamente en el atuendo y los accesorios) por medio de su estética y bella figura que desafortunadamente no logró mantener en aquellos últimos días en que, a pesar del gran “amor” que el “Pichiruchi” le profesaba, no pudo soportar la repulsión de ver su cuerpo deformado.

A la edad de diez años, nuestro confundido personaje conoce a la mujer que marcará su vida, reduciéndolo a su devoto sirviente, su perro fiel, su juguete preferido, nada más que su sombra: Lily, aquella chilenita falsa de cadencioso meneo al compás del mambo y graciosas maneritas al hablar; su primer y único amor, su desastroso Karma.

Años más tarde, cuando Ricardo radica en París (sueño de toda su vida) se encuentra nuevamente con esa imagen femenina que increíblemente el paso del tiempo no logró borrar: la camarada Arlette, misma mirada, misma presencia enigmática, misma belleza exótica que lo llevan a experimentar una fusión entre ternura y pasión al hacerle el amor, mientras ella se ensimisma y le regala la que –según narra- es la mejor experiencia de su vida hasta ese momento.

Luego, como el mismo niño bueno cuenta, “le habrían de pasar bastantes cosas en la vida para saber que nada es imposible, que las más estrafalarias e inverosímiles coincidencias y ocurrencias podían suceder cuando estaba de por medio esa mujercita…” Que después se presentaría –propio de su personalidad camaleónica- adoptando en nombre y forma a madame Robert Arnoux, Mrs. Richardson, Kuriko y finalmente, después de vivir las más degradantes e increíbles historias con sus distintos amantes -y pareciendo que a final de cuentas todo lo que hizo fue para Ricardo-, termina convertida en madame Ricardo Somocurcio, viviendo en unos cuantos días, y sin poder darle saciedad al desenfrenado deseo que sienten uno por el otro, la felicidad que desperdiciaron en años inútiles.

Mientras leía cada encuentro entre la niña mala y mon vieux me invadía un gran sentimiento de pena y solía dejar a un lado el libro pensando que si seguía me enfermaría. Principalmente porque me parece increíble que dos personas compartan momentos tan excitantes e intensos sin disfrutarse, sin cohesionarse, manteniéndose en un egocentrismo y aislamiento propios del desierto. Como si estuviesen compitiendo contra su propio récord, uno por ser el más indigno, y la otra, por ser la más vil. “Somos la pareja perfecta: la sádica y el masoquista” afirmaba Ricardito No sé si se debiese aseverar que ninguno merece ser amado, aunque es mejor que estuviesen juntos desde un inicio para evitar que peligraran otras personas.

El personaje de Ricardo, resulta aún más desagradable a mi gusto, pues, vive en tal mediocridad, que sólo posee sueños desechables, sin sustento ni coraje. Representa aquel ente que seguramente hemos encontrado más de una vez en nuestras vidas, dispuesto a liar los bártulos todo momento que encuentre una oportunidad más barata y cómoda de “medio dejar que pasen los años”.

A medida que la historia se desarrolla, los personajes son ligeramente utilizados para mostrar un panorama general del momento histórico que se vive en la sociedad de esa época, propiciando un decente encuentro entre la ficción y la realidad.

Se bien que no soy la mejor crítica del mundo, y que seguramente mi situación actual y excesivo sentimentalismo interfieran en la opinión que pueda emitir respecto a esta obra; sin embargo me atreveré a decir que al terminar de leer este libro, me vi obligada a reír, luego llorar y posteriormente sentarme frente a un espejo y reconocer que de no ser por mis catarsis sociales (en las que cuento todo a todos), quizá mis rencores, dudas o desamores, yacerían detrás de una celda en mi interior.

Los seres humanos tendemos a trajinar de una manera lenta y falta de acción. La vida se nos va en el intento de encontrar una felicidad que, pareciera, no puede consumarse, si no encontramos a esa persona tan especial para nosotros. No obstante, la mayoría de las veces pretendemos mantener a esa alma que creemos “ideal” a nuestro lado, incluso dispuestos totalmente a perdernos de todo aquello que realmente nos hace sentir completos y a gusto. Eso nos coloca en una posición de “marionetas” ante los niños y niñas malas que deambulan por ahí, cosa en que, definitivamente, quedó convertido más de una vez Ricardito. Ricardo, el bien llamado “pichiruchi” debió aprender a amar más su sana soledad y su egoísta inseguridad antes de aspirar a un amor que, no encontrado en el interior, jamás llegará de fuera. El verdadero rostro del amor, eres tú mismo.

Me considero en indigna posición para afirmar si se habla o no de un amor verdadero, de una historia creíble o de una trama fabulosa. La historia me agradó y en cierto momento me sentí parte de ella, por lo que considero, la recomiendo con toda confianza de que a partir del punto de vista de cada quién y la perspectiva que tenga de la vida, es como se juzgará.

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